miércoles, 2 de marzo de 2011

Y sin embargo no creo en dios. Debiera pensármelo.

Recientemente me compré unas gafas y como las he pagado caras, tomo cautelas para evitar que se me caigan cuando me agacho, o al moverme bruscamente.  Constato complaciente lo bien que están diseñadas las orejas y la nariz para soportar este artilugio tan necesario ahora para mí. Si fuéramos un perro, o una  vaca, o incluso un animal más parecido, como el chimpancé o el gorila, lo tendríamos mucho más dificil. Esto es una simpleza, pero no lo es que la tierra tenga su eje torcido, pues la causa de que tengamos estaciones es esa aparente disfunción. ¿No es maravilloso que exista esa diversidad de cultivos? ¿No es excitante para nuestra vista, nuestro olfato, que  exista esta variedad de colores, de olores? Además,  hace que el planeta sea en mayor proporción vivible al ser regalada por la energía solar, aunque sea alternativamente, una mayor superficie.
También es genial que existan los imanes: un capricho de la naturaleza que siempre me pareció mágico; no los entiendo, desde pequeño que jugaba con ellos, hasta ahora. Existen porque sí y ello es un regalo. Miles de millones de motores eléctricos y dinamos que tanto nos facilitan la vida, llevan imanes. Sin las propiedades de este metal no tendríamos esos beneficios; no sé como nos las arreglaríamos.
Y los combustibles fósiles, (menudo regalo, hasta que se acaben) gracias a ellos podremos haber construido todo el mundo,  puentes, puertos, carreteras.., transportado infinidad de materiales y nos hemos calentado, nos seguimos calentando, transportando. Los hombres podríamos haber aparecido en la tierra cuando aún no se hubieran formado. Pero por azar llegamos aquí cuando estaban en su punto.
La tierra nos regala la lluvia refrescante y el sol caluroso, y lo hace con bastante equilibrio: tenemos montañas y bosques que hacen que el agua circule y también que se conserve, que no escape inmediatamente. Y la nieve es otro juguete soberbio.
Quiero dar gracias a la vida tan maravillosa, pero lo que me parece más increíble es que las sonrisas de mi hija sean sólo química, electricidad; una simple consecuencia de la materia, de una explosión inicial (el famoso Big Bang) el tiempo, el azar y la necesidad: dudo que no haya nada divino en ella.


PD. el pasado jueves 24 estuve oliendo las mimosas en flor. Seguro que, en unos años, podré invitaros a su olor en el blog, pero, de momento, conformaos con verlas.

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