lunes, 28 de marzo de 2011

los miedos infantiles.

Ahora estoy leyendo un libro que compré en una oferta de lanzamiento el siglo pasado. Es de Mario Vargas Llosa y  se llama “Lituma en los Andes”. Un confeso admirador y, ya sabéis hasta qué punto defensor, de Vargas Llosa, no podía tener más tiempo en casa ese libro sin leer.
Diré que está lleno de peruanismos, y carece de un  -conveniente- glosario al final, con lo que hay que leerlo con cuidado para ir deduciendo por el contexto bastantes palabras. ¿Quién sabe lo que es un“pishtaco”?. Unas páginas adelante deduje que es una especie de personaje protagonista de El Perfume de Patrick Süskind (también recomiendo, después de la lectura del libro, la película) y también la película “El Cebo” de Ladislao Vajda, que tiene un “remake” muy bueno "the pledje" protagonizado por Jack Nicolsson y dirigido por Sean Penn que aquí creo se llamó “El Juramento". 
En cualquier caso, he entendido que  el “pisthaco” es uno de los personajes del folclore familiar que se usan para aterrorizar a los niños. No sé si eso es pedagógico, pero parece que bastantes culturas crean personajes ficticios con este fin: hacernos temerosos.
En mi infancia tengo asociado a mi tía Joaquina elaboraciones conceptuales como el “sacamantecas” “el hombre del saco” otra teñida de política: “los maquis” o de racismo: “los quinquis” todos esos podían llevarme si me portaba mal, me escapaba por ahí solo o, simplemente, no la hacía caso.
Me gustaría saber si esto de asustar puede ser conveniente para la educación y aún para la moral. Yo fui un asustado: lo que mayor terror me producía era algo que nos contaba mi madre poco antes de dormir; el reloj que había en el infierno y repetía en vez de tic-tac, “sin-fin, sin-fin, sin-fin”. No es que en sí me diera mucho miedo el infierno, (soy de pueblo muy frío y entonces la única calefacción que teníamos era una lumbre baja, de la que mi madre extraía tizones para componer el brasero. En esa misma lumbre se calentaba un puchero de agua que serviría para llenar una bolsa de agua caliente, que al principio quemaba. Pero que por la mañana me encontrabas helada, y yo en posición fetal).
He pasado frío, y además soy friolero. El infierno no me aterraba, lo que me estremecía era el vértigo de la eternidad. Especulo si con el miedo a ese reloj he salido con una gran conciencia, bueno, temeroso, cívico.
Creo que soy un hombre bien edificado en lo moral, por eso cuando iba a ser padre pregunté a otros padres laicos como enfocaban ellos esa carencia, ¿cómo introducir el valor “ser bueno porque sí”?. Uno de ellos me dijo que no se había planteado más que dar buen ejemplo. En eso ando, y creo que no me está saliendo mal. Mi hija es muy buena; defensora de los débiles y solidaria. Pero no sé como afrontará la crisis de valores y el relativismo de la adolescencia.
A mi parecer, justifico mi bonhomía filosóficamente, racionalmente; pero no sé hasta que punto, detrás de todo ello, sujetando, como la tortuga que sujetaba el mundo para los presocráticos, no estaría -o estará- ese temor.
Para terminar, hablaré de un ejemplo sencillo de otra fuerza aterrorizadora del folclore de mi pueblo: “la Tragamasa” es  la atracción fatal que sobre los niños ejercen los pozos, “no te arrimes, no te asomes, ten cuidado con las norias, no te pille la Tragamasa”. Esto es fácil de comprender: es para que uno sea prudente ante los abismos.
Supongo que los sacamantecas se inventaron para que seamos, especialmente de niños, muy cautos con los desconocidos. Lo considero conveniente, pero supongo que algo tiene que ver con la xenofobia con la que terminamos.

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