lunes, 22 de noviembre de 2010

Padre de ajedrecista.

Padre de ajedrecista

Yo tengo (rara avis) una hija ajedrecista. Ayer se celebró en Béjar, nuestra ciudad, un torneo de ajedrez.  Como otros padres me apunté por aprovechar el tiempo y acompañar a mi hija.
Tengo la costumbre de dar en pensar bastantes cosas, y mi miedo era me tocara jugar la última partida contra ella y el dilema de la conveniencia de dejarme ganar. De camino le expliqué que siendo honrado y deportista debería luchar por ganar.
Es que había dos problemas: mi hija, como todos los niños, jugará sólo mientras gane. Cuando encadene algunas derrotas, lo dejará. Podría haber sido ayer. Entonces, aparte de perder para su desarrollo esta estupenda gimnasia mental, dejaremos de amortizar el reloj de ajedrez que compramos hace siete meses por treinta euros.
Por otro lado, ella tiene 10 años es “sub10” y con una victoria sobre mí estaría cerca de recibir un premio, lo cual, además de afianzarla en su autoestima y hacerle feliz, reforzaría su amor por el ajedrez. He dicho que los niños sólo aman el ajedrez mientras ganan, si les dan premios, su amor será más duradero.

No tuve ese dilema, pero os daré una lección titulada “sociología de los torneos de ajedrez de provincia”.
En este torneo, como en otros, había cinco clases y dos subclases de competidores.
Para mí, dos de estas clases son asequibles; otras dos, inasequibles y una, parcialmente asequible.
Me explicaré.
La parcialmente asequible es la más desinteresada. Está compuesta por aficionados locales, que gracias a su entusiasmo consiguen comprometer el dinero de los patrocinadores y, a veces, el suyo propio. Aman el arte del tablero y las fichas, la primera subclase la integran los capos locales del ajedrez y suelen ganar muchas partidas en este ámbito local; la otra son los ajedrecistas que suelen perder,  y siguen jugando y organizando por puro romanticismo deportivo, en la misma vertiente platónica por la que yo debería haber hecho por ganar a mi hija, aunque fuera totalmente inconveniente.
Yo no estoy en condiciones ajedrecísticas de vencer a los capos locales, pero sí a estos otros que ofrecen su buena intención de jugar porque aman el ajedrez y "lo importante es participar" y admiran el juego y a sus ganadores. Suelen ser gente de edad, y muy querida por todos.
Por continuar con los asequibles, pasaré al grupo de niños y niñas (hasta 12 años) que vienen a foguearse, porque sus padres apuestan por este entretenimiento, suelen ser buenos en los juegos escolares. Ayer tuve ocasión de ganar a un niño de 6 años y a uno de 12.
Luego está mi propia clase, la de padres, que no siendo buenos aficionados al ajedrez, hemos enseñado y nos ha salido un hijo ajedrecista al que acompañamos. Uno de estos fue mi víctima. Seguramente  era su primer torneo. Para más duelo, a su hijo le acababa de vencer mi hija. Venían de fuera. Probablemente en el descanso para comer, pasearon entre la lluvia, con los ojos empañados, pensando en la crueldad de este juego.
Pero hay padres que hacen de acompañantes y no juegan; y saben jugar, seguro. Tiene que ser duro para los hijos ver como vapulean a tu padre. Y mas para los padres, que, aparte de ser vapuleados, ven que sus hijos están viendo como vapulean a su padre. Peor todavía si quien lo hace es un “sub 12” o un “sub 10”. Detrás de cada padre que lee el periódico esperando el resultado de su hijo hay un pringao al que barrieron de los tableros por querer "acompañar" como hacemos unos cuantos. Las madres no juegan.

La primera clase de “inasequibles” esta formada por chicos raros de instituto o de los primeros años de universidad. Tienen la cabeza muy despejada, mueven con mucha agilidad y son cultos. Los que yo conocí, además, encantadores (nada parecido a lo que dicen algunos de los damnificados de la LOGSE). Yo tuve el placer de perder con el campeón sub 14 de Salamanca, que ganó aquí en su categoría, también con el campeón sub 16, del torneo y con un chaval majísimo de 18 que me repasó las jugadas.
Por cierto, hice como que seguía las explicaciones, porque a mis 46 no tengo memoria para que me reproduzcan una partida entera y me expliquen “en que momento se me jodió el Perú” (Permitidme recomendaros Conversación en la Catedral de Vargas Llosa) pero estos monstruos sí, y para muchas más cosas.
Luego están los inasequibles de la élite, los que tienen números ELO. Los aficionados profesionales, los que vienen a por el cheque. Aquí vino, vio y venció uno de Madrid, que tenía unos 2000 y pico de puntos. Son como los africanos que corren las carreras de pueblos; no creo que tengan sentimiento, sólo ven que al final de la cinta hay un cheque. Parecidos a los pintores de pintura rápida que pintan una vista de la ciudad con una facilidad que pasma y en el momento que ven que ya no optan a los premios, cuelgan un cartel con el precio, inmediatamente lo venden y se van. A éstos, como a los ajedrecistas mercenarios, les importa un pimiento los trofeos que den. También las ilusiones de los niños, los padres, los jugadores locales o los juveniles. Van a lo suyo. Como los forzudos que iban retando a los pueblerinos. Supongo que estos ELO son el atractivo para los aficionados locales que dirán durante un año, “yo a ése le puse en aprietos: si muevo aquel alfil hubiéramos hecho tablas”.
 A mi me machacó un colombiano. Ni me vio. Salió con una jugada rara y fue despedazándome sin piedad, pero también sin el menor interés. No se molestaba ni en decir “jaque”. A mi modo de ver, debería haberme agradecido que le entretuve muy poco. Cuando se levantaba quise preguntarle qué había hecho conmigo, y me dijo: “un gambito de dama, un gambito de dama no aceptado”. No quiso ni señalármelo. Es una estupidez que a esta gente les den copas. No sabrán donde ponerlas en su casa, seguro que en alguna joyería se las recompran y el joyero despega la plaquita “tercer clasificado, I torneo de la Igualdad de Béjar 2010” y revende la copa al siguiente organizador de torneos que viene. Lo inteligente sería prestar las copas para hacer la foto en el periódico y que esos trofeos se los repartieran los locales o  los niños, a quienes puede hacer ilusión, y ¿por qué no?  los sufridos padres de ajedrecista como yo.

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