lunes, 8 de noviembre de 2010

Ayer escuché en "el ojo crítico" una entrevista muchísimo mejor que la mía. La protagonizaba un argentino, mejor, un hispano-argentino, que es un subgénero que tiene la argentinidad más tamizada y menos empalagosa. Uno ama a los argentinos casi constantemente, pero de vez en cuando se harta un poco de ellos, por el narcisismo verbal que tienen, también porque demasiadas veces retan al oyente con su ironía como diciendo: todavía soy más listo de lo que parezco ¿eh?. Recomiendo leer "la tía Julia y el escribidor" en la que Vargas Llosa se venga un poco de la fascinación por la argentinidad, que todos, él  seguro que antes que muchos, hemos tenido y, en alguna medida, ¿superado?.
Volviendo al hispano-argentino, acompleja, cómo no va a acomplejar, si tiene 33 años, acaba de ganar un gran premio, publicó su primera novela a los 22 y hace 8 años publicó una traducción poética del Alemán del "Viaje de invierno" de Schubert. El locutor estaba rendido a él. El chico es muy majo, de verdad, lo que sucede es que su madre era violinista y vino exiliada económicamente a la Orquesta de Garnada, su padre toca el oboe, tiene cuatro abuelos de diferentes nacionalidades, y seguramente toca la guitarra y el piano y el violín y el oboe, y con un balón de futbol da cincuenta toques sin que se le caiga al suelo y además sin despeinarse.
No, no estoy celoso. Lo que sucede es que he tenido que esperar 46 años para que mi voz, si es que llegan a emitir alguna vez un fragmento de mi entrevista por Radio Exterior, se pueda oir en Argentina.
Estoy agradecidísimo a la Cámara de Comercio de Arévalo, por este reconocimiento que empieza a acercarme a ese gran país del Sur, y también a la madre del cordero: el infante Alfonso de Trastámara que tuvo a bien morirse en mi pueblo y va redimiéndome poco a poco.

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